el tornillo que tengo de más,
las vueltas a la cama que da mi imaginación,
mi sueño cuando se queda despierto,
la caja de madera que pide a gritos no contener nada para poder estar llena,
esa persona a la que eliges para volver a pasar la cuarentena, una y otra vez, en bucle, en progresión aritmética…
a pesar de las rutinas, a pesar del roce que hace el roce.
La tuerca que me falta…
y esa manera que tienen mis seres queridos de mimar esa ausencia,
de amortiguar mis maneras,
de quererme siempre en lugar de «a veces»,
de desenredar mis nudos,
de ponerme fácil lo difícil,
de besar mis engranajes…
y conseguir por fin,
que en mi casa no se vuelva a conjugar el verbo «faltar» o «pedir», si no es para referirse a la saL.