no está en el truco,
está en «entrar»,
en darle movimiento al verbo,
en no quedarse impasible,
en entrar a formar parte de los valientes,
de los que se atreven,
de los que mandan la costumbre a paseo y empiezan de cero,
de los que pierden para ganar,
de los que se ponen por bandera «el manos a la obra»,
de los que no se dejan para después,
de los que cometen la locura más hermosa del mundo, que es confiar en alguien,
de los que tienen la osadía de aún teniendo frío y miedo… se van al lugar más bajo cero del planeta y le suman grados,
de los que tiran para delante a pesar de haber extraviado las ganas,
de los que quieren poder…
porque el mejor truco para no tener frío…
tampoco fue un truco,
siempre fue un regalo…
el de regalar un pingüino* a otro pingüino*.
*» A pesar de siempre andar en grupo, los pingüinos eligen una pareja para toda la vida, por eso se cree que estos animales son símbolo de romanticismo porque son monógamos, y tienen un ritual especial para enamorar a su pareja.
Cuando un pingüino macho se enamora de un pingüino hembra, busca la piedra perfecta en toda la playa para regalársela. Cuando finalmente la encuentra, él se inclina y coloca la piedra justo frente a ella. Si ella toma la piedra, significa que acepta la propuesta.
Una vez al año se reúnen en el mismo lugar, lo que se llama la parada nupcial. Cada uno memoriza tan bien el canto del otro que, tras meses de separación consiguen localizarse. El cortejo es todo un ritual.
Cuando un macho corteja a una hembra infla su pecho e inclina la cabeza hacia atrás y ambos empiezan a emitir fuertes sonidos parecidos a un rebuzno agudo. Se pueden gritar mutuamente por horas. Muchos llaman a estos cantos “la canción del corazón”, ya que cuando una pareja de pingüinos se une es para toda la vida. Son una de las especies más fieles.»